08. La “Piscina de Leache”, sueño y realidad

Ha llegado el verano. Este año, como todos los anteriores, disfrutaremos una vez más de las fiestas de mi pueblo, Leache, con vistas privilegiadas al monte lleno de pinos, y cercado de campos y verdes árboles. Pensamos gozar de tantas cosas que atesora el silencio del pueblo.

Llegamos cansados. El cierzo de la tarde tan fresco y generoso en nuestro pueblo nos preparó para el descanso nocturno. Un sueño profundo llegó pronto a nuestros cuerpos cansados y al paso de las horas comencé a soñar.

Este sueño me llevó a mi infancia feliz.

Era un día caluroso del mes de agosto. Habíamos quedado todas las amigas en ir a la “piscina” a darnos un chapuzón. Bueno, al depósito de agua para regar los huertos; pero para mí, para los ojos de una niña, era la piscina grande del pueblo.

Los gritos y las risas llenaban aquel lugar lleno de luz y felicidad. Gritos y risas que volvían a repetirse sin cesar. El agua fresca y limpia bajaba del monte de Leache y saltaba a la piscina con chorro de ritmo melodioso y singular, como si diera un saludo al caer juguetona sobre el agua del depósito.

El depósito, la “piscina”: un paraíso y un oasis en los calurosos días del verano.

Allí nos juntábamos niños, jóvenes y algún adulto, formando una piña de bañistas contentos y alegres. Encuentros llenos de risas, travesuras y aguadillas…

Colocábamos las toallas sobre la paja del campo contiguo ya cosechado o sobre el duro cemento que rodeaba la piscina. No había momentos de tranquilidad. Cuando menos te lo esperabas, ya estabas sintiendo el agua fría, que, por un momento, te dejaba sin aliento; pero enseguida, tras unas brazadas, te sentías alegre nadando en el agua. No había tregua para un baño tranquilo al sol.

En esta “piscina” improvisada no había socorrista ni cursillos de natación, pero todos acabábamos sabiendo nadar. Y, si había algún susto, siempre había miradas y ojos atentos que solucionaban el entuerto. Alegría inocente que ocultaba el peligro.

Alguna noche de luna llena, como una aventura, ignorada por nuestros padres, nos acercábamos hasta el depósito para darnos un baño a la luz de la luna. La noche cambia la realidad, pero tiene su misterio para una niña inquieta, buscadora de aventuras y lugares misteriosos de ensueño.

Pero todo terminó. La sonora trompeta de la charanga de las fiestas que comenzaban me volvió a una realidad distinta de la del sueño dorado.

¡Qué bonito había sido soñar aquellos días de cielo! ¡Cómo hubiera deseado que volviera la felicidad, aquellos días de amistad y encuentro con mis amigas y amigos en la “piscina de Leache”!

Las travesuras, confidencias, y felices momentos para una niña allí vividos son inolvidables. No se borran del corazón esas experiencias tan bonitas que ojalá pudieran vivir ahora nuestros hijos y nosotros disfrutar viéndolos felices, repitiendo de alguna manera nuestra añorada historia.